Como decía Misato Katsuragi en cada avance de EVA:
"Service, service!"
Determinar las intenciones de una producción es algo fundamental en la fase de preparación del producto, pero también es una de las bases sobre las que se sustenta la apreciación crítica, la opinión informada o la reacción con conocimiento de causa. Esta visión del término se ajusta a la necesidad de fijar un norte y un pilar respectivamente; pero qué sucede cuando en el caso de la recepción, es el conocimiento previo el que ensucia la evaluación. Saint Seiya Omega lleva ya cuatro episodios estrenados y aún parece que hay espectadores que no quieren reconocer la orientación del último producto de la franquicia de los santos de Athena. Como mencionamos en el post sobre el episodio anterior, la expectativa fue dejada en alto, casi tan arriba como con el primer episodio; y es que la promesa de conocer a una extensión directa de la serie clásica a través de la descendencia – hablamos de Shiryu y Ryuho por su puesto – los niveles de fanatismo, entiéndase fanboys de la serie y de Shiryu – después de todo es el más popular de los cinco de bronce en Japón – se dispararon hasta las nubes (o hasta el Olimpo para estar más a tono). Hemos mencionado que esta temporada tiene un alto componente de uniformidad en cuanto a títulos buenos, interesantes o cuando menos correctos; no obstante, habría que preguntarse ¿Omega realmente está dentro de ese grupo? Este cuarto episodio nos puede dar la respuesta (pese a que algunos ya tienen un juicio desde el primer episodio).
Aún como parte de la introducción obligatoria de personajes y la expansión de contenidos sobre los mecanismos que conforman el universo de la serie, este episodio se centra en un personaje en concreto, Ryuho, hijo del legendario caballero del dragón, Shiryu. Este nuevo calificativo que sustituye las cualidades de personalidad o armadura usadas en la serie original – Seiya antes de ser conocido como un mata dioses fue famoso por vencer a Misty, a Shiryu se le conocía por poseer el escudo y puño más poderosos, Hyoga era famoso por ser capaz de hacer tumbas de hielo; Ikki por ser inmortal y Shun por su bondad/flaqueza dependiendo del enemigo – se va usar como un recurso de mitificación y distanciamiento; y no solo por la evidente ubicación cronológica sino porque se debe marcar la diferencia de generación y responsabilidades. Siendo esto propuesto a través del grupo de héroes de turno – calco de la serie clásica más su pequeña cuota de género políticamente correcta – la oposición al protagonista se aprovecha de los viejos lazos, ya no para construir la arquetípica relación de rivales (pongamos de ejemplo a Yato y Tenma del Lost Canvas) sino para justificar los valores intrínsecos de la serie: la amistad, la voluntad, el bien y los objetivos dignos. Es por eso que Ryuho no es totalmente el Shun del grupo – es noble, pero sabe lo que quiere, pues su mirada muestra determinación, confianza y hasta una pizca de malicia – sino más bien alguien que aporta un norte más noble que sus compañeros, pues para disgusto de muchos, este Pegaso adolescente tiene más de egoísmo, capricho y necedad que de la tenacidad de Seiya, y por eso necesita de la guía de los demás.
Habiendo sido Ryouho entrenado por su padre, era de esperarse la brecha que existiría entre él y sus compañeros de Palestra. Al igual que los herederos de un legado o tradición, su presencia en Palestra es casi tan visible como la de una ojousama de escuela para chicas. No se equivoquen, no nos referimos a su apariencia femenina, sino solo a su popularidad y la carga que representa. Quizás no desarrollen este filón a futuro, pero queda claro que el nuevo dragón es una celebridad, es respetado y reconocido, con justicia, por su talento. Dejando de lado la ligera contradicción sobre el uso de los elementos (Yuna califica de prodigio su uso sin armadura, cosa que Souma hizo en el ep. 2), Ryouho es talentoso, un niño prodigio resultado de ser el hijo de un héroe, de haber sido entrenado por él y por la peculiaridad de ese entrenamiento. Debido a la pérdida de los todos sentidos de Shiryu en una presumible batalla contra Mars, la única forma de comunicación que le queda con su entorno es a través del cosmos, hecho que nos lleva a suponer que su supervivencia depende del séptimo sentido. Esto proporciona irremediablemente una ventaja a Ryuho, que lo arma con la capacidad de entender al oponente y sus intenciones más allá del campo de batalla. Sumado a esto, posee la armadura con el escudo más sólido de entre los bronceados, domina su elemento a la perfección, tiene información de primera fuente sobre los secretos del Santuario y hasta en lo que parece ser un guiño, es capaz de realizar golpes cortantes con la presión del agua, similares a Excalibur. Lamentablemente en un afán de equilibrar las cosas se le agrega una limitación, su condición frágil; esta naturaleza enfermiza lo inhabilita de usar más de una vez su técnica más poderosa, el Rozan Sho Ryu Ha, esto para compensar sus virtudes y tal vez para emular las desventajas por las que pasó su padre al quedarse ciego.
Hasta este punto tenemos toda la situación feliz, todo lo interesante del fanservice para los seguidores clásicos, pues no se puede negar que la interacción entre Ryouho y Koga es la misma de Shiryu y Seiya en el torneo galáctico, y muchos de sus reveses son para deleite de los mayores. Quienes somos fans del SS clásico y concretamente del dragón Shiryu agradecemos que esta vez se le haya dado la victoria a su hijo, ya que como mencionamos líneas arriba, este Pegaso no es Seiya, y debe aprender las cosas a la mala, por la fuerza, es un chico con problemas que no maneja bien las emociones y esto peligrosamente lo hace un personaje potencialmente irritante y detestable. Esta nueva incorporación al universo de SS va de la mano de novedades argumentales que se justifican solo por las pretensiones de la producción, el introducir la serie a los más jóvenes. La esperable reacción negativa de los fans ante la existencia de los elementos encontró su más álgido punto con la nueva explicación del sistema de elementos, que compararemos con el de Pokemon, por ser el caso más cercano y conocido. En un presumible afán por colocar cartas, juegos de rol o similares en el mercado, tenemos caballeros que requieren de cosmos y un elemento para sus batallas, estos elementos poseen no solo cualidades sino también un opuesto que los resiste. Así es, existe un sistema circular de agua vence fuego, viento vence rayo, tierra vence agua y fuego vence al aire; con la excepción de la luz y oscuridad, destinados al parecer a personajes buenos y malvados respectivamente. Vamos que es el cliché de toda la vida, pero duele verlo en SS. No solo porque atenta contra las bases de la serie clásica, sino por su evidente uso comercial. Con el diseño de las armaduras de látex, teníamos dudas sobre la venta de las myth cloths, pero ahora ya podemos especular por dónde irá el merchandising. Este sistema no solo es infantil, sino que es antojadizo, pues introduce a los santos a la nueva era (citando literalmente a la serie) ya que se necesita tanto de cosmos como del dominio de un elemento para ser un santo en toda regla – lo que hicieron con el don nadie de Ichi de Hydra provoca una mezcla de risa, vergüenza ajena, malestar e indiferencia difícil de asimilar.
Todo lo positivo y negativo que enumeramos conforma Omega desde su creación; al partir de un título clásico resultaba difícil escapar a los yerros y las decisiones comerciales, pero era esperable, lo sabíamos. Este episodio es como el primero porque pone en claro el sistema de la serie, uno que ha provocado que ciertos fans antiguos la odien nuevamente. Las nuevas generaciones quizás no tengan mucho con qué comparar y por eso la aceptan como un simple producto más, son los fans antiguos los del problema. Esto no se puede cambiar, juzgamos a todo en base a nuestro conocimiento previo, y el entretenimiento no es la excepción. Omega no es una serie para todos, aunque tampoco me atrevería a decir que “o la odias o la toleras” (porque eso sí, amarla nadie), tiene sus virtudes y pretende cumplir su objetivo. Por el momento me posicionaré en el grupo de aficionados clásicos que la ven no por obligación sino porque quieren saber de la historia, porque están a gusto con los guiños y referencias, por el recuerdo de épocas mejores donde los santos se mataban a golpes y derramaban litros de sangre y porque su valía pasada puede ser reconocida como algo legendario en este universo. Omega no me agrada por lo que es, pero me agrada una pequeña porción de sus referencias, porque con ellas se confirma algo que se sobrentendía o que solo en doujinshis se desarrollaba, el legado de los santos de bronce en el universo de la serie. Estén preparados quienes decidan continuar con la serie, pues ya se ha hecho mención a un torneo de santos, un nuevo debate se abrirá y quizás más seguidores abandonen la serie, pero Omega avanza su propia ruta sin importarle mucho las complicaciones de la coherencia, pues sabe de sus limitaciones, algo que lamentablemente muchos de sus espectadores ignoran.
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