La veo después de casi diez años. Busco qué fue aquello que me gustó esa primera vez cuando rozaba los quince años. No quiero engañarme: mis gustos han cambiado, mi sensibilidad es otra, mis preocupaciones ya no son las mismas. Solo ahora puedo saber si los elogios que deparé para esta serie son válidos todavía; algunas veces terminé frustrado e iracundo cuando envuelto en una polémica sobre la valía de esta serie caí derrotado.
Después de dedicarle dos días, tomando notas, retrocediendo, dedicándome a contemplar escenas que en su momento carecieron de significación, llego a la conclusión siguiente: ni buena ni mala. Su valor radica en la apuesta que realizó, no tanto en los resultados. Evangelion invoca y combina códigos que en su momento poseían sintonías distintas: ofrece una serie mecha donde lo más importante no es el enfrentamiento entre los robots; brinda un soporte filosófico y mitológico, y reflexiona sobre la situación de desarraigo natural del ser humano; intensifica el conflicto psicológico del protagonista, al punto de que la fractura principal no se encuentra en el exterior, sino en el perturbado mundo interior de Shinji Ikari (tal vez, uno de los principales antihérores del siglo XX); y, se permite licencias como el monólogo interior, la paralización total de las acciones, los largos silencios que acompañan la serie, los diversos ángulos de cámara para captar a los personajes y un gusto por los vacíos, los cabos sueltos y la sobreinterpretación.
No me parece la obra maestra que recordaba, creo que en estos tiempos se han producido series de mejor calidad, sin embargo, creo que es un referente fundamental de la segunda parte del siglo: episodio 1, Shinji hace frente a su padre y le pregunta: ¿por qué me has hecho venir? Gendo, su padre, le contesta: porque ya tengo una utilidad para ti.
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